MI VIDA ES UNA PELÍCULA // Comedia infantil

La vida parece formar parte del argumento de una película en muchas ocasiones. A veces, nos vemos envueltos en un drama, otras en una comedia romántica o entre los misterios de la ciencia ficción… Nuestras producciones personales no suelen molar tanto como las que nos llegan de Hollywood -ni el reparto está tan sobrado de belleza- pero su trama mejora ampliamente muchos de los abortos cinematográficos que ocupan la cartelera en estos años de efectos especiales no al servicio de un Indiana Jones o un Marty McFly sino de adolescentes estúpidos inmersos en estúpidas peripecias contra malos aún más estúpidos.

El otro día un coleguita y yo nos atrevimos a llevar a los hijos de varios amigos nuestros al cine. Nuestro lugar de encuentro fue una parada de autobús. Quedamos en que yo recogía a dos de los niños y mi valiente compañero me esperaba allí con el resto (juntamos a un total de seis retoños, ni más ni menos). Tras una breve conversación sobre dinosaurios, palomitas para celíacos y regalos de Reyes cogimos el primer bus que nos llevaba al centro de la ciudad.

Nos distribuimos a las criaturas en dos grupos de tres y como a esa edad los niños y las niñas sólo se juntan por obligación -lo que tampoco cambia mucho con el paso de los años, no nos engañemos- los grupos fueron diferenciados; a mí me tocó el de las mozuelas. Y no importa de qué edad sean: todas las mujeres me toman el pelo. Tras recojer abrigos, repetir las instrucciones de seguridad –«cójete del asidor, que te vas a caer y tus padres me matan»– y una serie de hirientes sinceridades que sueltan los niños escondidos en sus pillinas sonrisas, fui sometido a un interrogatorio en toda regla: «¿Tienes novia? ¿Has tenido novia? ¿Cuántas? ¿Cuál fe la última? ¿Ella te dejó o la dejaste tú? ¿Por qué? ¿Era guapa?», etc. Supongo que podría haber mentido, podría haber inventado algo para salir del paso pero no me gusta tratar a los niños como idiotas y por esa razónrespondí a sus preguntas con un lenguaje adaptado a la edad de la audiencia pero cuyas palabras se correspondían con la realidad a la que hacían referencia.

Una de las niñas dijo que ella no quería tener novio, que los chicos eran tontos y que se haría monja. Yo les dije que las chicas eran tontas y que me también me haría monje (ya sabéis, el viejo «rebota y en tu culo explota»). Ellas no creían que existiesen los monjes y yo les aseguré que existían, que eran monjas pero en chico. Y una de las crías me preguntó que si se casaban con Jesús. Yo les contesté que algo así, a lo que ella me respondió muy segura de sí misma que entonces eran gays. Las otras dos -hablamos de niñas de unos ocho años- no sabían lo que significaba aquello y se pusieron a preguntar que qué eran los gays. En ese momento llegábamos a nuestro destino y, entre el lío de los abrigos, el trío de niños que voceaba algo y las niñas que gritaban que qué eran los gays, todo el autobús nos estaba mirando.

No sufrimos ninguna baja en el trayecto hasta el cine pero hubo problemas cuando cogimos las entradas. Unos querían ver una película, otros otra y hasta los había que no querían ver ninguna. Las desavenencias provocadas al elegir El rey león en 3D -«¡¡ésa es una caca!!», argumentó una de las niñas- las silenció el atrio del cine, con ascensores acristalados que les dejaron boquiabiertos. Entonces vino el momento del pipi. Yo me quedé fuera del servicio femenino esperando a que acabaran las niñas. Los niños acabaron rápido. A las tres princesitas hubo que esperarlas más (algunas cosas son iguales desde que somos pequeños). Cuando ya nos planteábamos entrar a ver si se habían colado por el agujero del water salieron las tres marías riéndose y contando no sé qué del papel de water.

Al entrar en la sala de proyecciones nos dimos cuenta de que habíamos apurado mucho. Aunque finalmente encontramos sitio juntos las luces se apagaron en pleno proceso de asentamiento. Además, hubo dos de los chicos que se escaparon a primera fila porque ahí «molaba» más. Tras conseguir que todos se sentasen y se pusiesen sus gafas 3D me vi cubierto hasta los ojos de abrigos y bufandas, depositados sobre mi sin ningún tipo de delicadeza, orden o aviso. En ese momento no me llamaba por mi nombre sino «sujeta», «toma» o «coje esto y dame palomitas pero de esas no que estan pegajosas». Algunos tenían claro que lo de las tres dimensiones era efectivo («¡El león está aquí!», gritaba emocionado uno de los chicos) otros no tanto («Yo voy a ver esto sin gafas que se ve igual», insistía su hermana).

Entre simbas, peticiones de silencio, cancioncitas, peticiones de silencio, monos y más peticiones de silencio, limpié en repetidas ocasiones gafas 3D y comprobé que los niños, que estaban más nerviosos fuera de la sala, se quedaron embobados mirando la pantalla. Las niñas, que habían estado más tranquilas en el exterior, durante la proyección no pararon de reírse, moverse y hablar. Tras la muerte de Mufasa un brazo me golpeó con insistencia: «Oye, que ésta se ha puesto a llorar». Yo no sabía qué decirle: «Pues, no sé, dale un abrazo, que es tu amiga», le expuse. La niña se quedó callada. Al momento volvió a golpearme insistentemente. «¿Y de qué serviría eso?», me preguntó. Tampoco tenía respuesta pero, del mismo modo que no me gusta tratar de idiotas a los niños, tampoco quiero que piensen que yo lo soy, así que utilicé para contestarle una palabra que no entendiese: «Serviría de mucho, dada su efectividad», lo que no tienen ningún sentido pero bastó para dejarla anonadada.

Al finalizar la peli y encenderse las luces, el panorma a mi derecha era desolador: tres niñas con el pelo lleno de palomitas decían que no se «ajuntaban» entre ellas y que ya no eran amigas. Tras despalomizarlas, salimos los ocho al atrio exterior y hubo otra sesión de pipi. Uno de los niños con los que íbamos tuvo un momento realmente cómico, de esos que a uno le hacen mondarse cuando los oye de boca de un crío. De camino al servicio reflexionó en voz alta: «Como yo digo siempre (aquí hizo una pausa poniendo cara de recordar) las… Bueno, yo no digo muchas cosas (aquí hizo otra pausa) La verdad es que yo casi nunca digo nada». A lo mejor a los que sois padres este comentario no os resulta tan sorprendente, pero yo no esperaba tal capacidad de introspección de un chiquillo de siete años.

Los niños, empeñados en utilizar un ascensor acristalado nos hicieron subir y bajar varias veces hasta que el espíritu astronáutico se les pasó. El viaje en autobús fue distinto al anterior. En esta ocasión fueron los niños los que la liaron. ¿Qué hacen los chicos para liarla? Pegarse. Las niñas se portaron muy bien, estuvieron todo el trayecto hablando con una anciana sobre sus hermanos, sus padres y sus «seños». La señora me explicó después medio emocionada que había sido profesora de guardería durante cuarenta años y que el encuentro con las tres niñas había sido el mejor momento que había pasado en días.

Cuando bajamos del autobús y devolvimos las termitas a su progenitores me acordaba de lo que me había dicho la señora del autobús. Aunque sólo hubiese sido por la alegría que le habíamos dado habían merecido la pena todas las palomitas peludas, la tensión en los pasos de cebra y las carreras detrás de alguno de los niños que, por supuesto, se lo pasaron de maravilla. Y es que los críos son gente sencilla -no como nosotros los adultos- a la que, entre otras cosas, no se les ha olvidado todavía lo mágica que es una tarde de cine.

Acerca de davidsimple

Soy un joven valenciano licenciado en Periodismo. Mi pasión por el séptimo arte me ha llevado a comenzar esta aventura en el mundo blog.

Publicado el 17 enero, 2012 en RELATOS SIMPLES. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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